El 29 de noviembre de 1947, nació en Ribeira Brava, Madeira, el niño Arlindo Abreu Faría, un pequeño qué tiempo más tarde partiría de su amada tierra a un lugar donde el destino lo llevaría a sembrar raíces con una paisana.
A los 14 años inició el viaje de su vida. “Mi papá me mandó a buscar porque en aquellos años estaba la guerra en Angola, y había muchos muchachos que habían ido a la guerra y nunca había regresado y él no quería que eso pasara con uno de sus hijos. Me trajo para que yo no fuera a la guerra”, sentencia a la vez que recuerda que llegó al Puerto de La Guaira a bordo del recordado barco Santa María.
Su padre lo esperaba a la salida del barco para continuar el viaje, pues la residencia final estaba fijada a unos cientos de kilómetros de La Guaira, específicamente en Punto Fijo, estado Falcón, la región más al norte de Venezuela. “Nos vinimos a Punto Fijo y aquí me quedé. Mi papá tenía un abasto, llamado La Competencia, donde empecé trabajando con él durante unos años y después me fui a Barquisimeto a trabajar solo, pero ahí me fue muy mal”, recuerda sobre el motivo de su regreso a Falcón y su trayectoria en los negocios.
En perfecto español modula cada una de las palabras que dice, pocos en su negocio imaginarían que es portugués de nacimiento, y lo mismo pasaría si algún portugués lo escuchara hablar en su lengua madre. “La costumbre fue lo que me ayudó. Siempre he tratado con gente venezolana y al trabajar en la calle me fui acostumbrando y agarrando el idioma. Lo poquito que aprendí lo hice de muchacho, porque cuando me vine a Venezuela no quise estudiar más”, cuenta.
Pero no fue hasta 1973, cuando tuvo la oportunidad de regresar por primera vez a su querida isla, pero esta visita duraría poco tiempo y al regresar Arlindo emprendería un nuevo camino en su vida, uno llamado María Celeste Dos Santos Goncalves. “Cuando regresé me casé y ya tenemos 36 años de matrimonio. Nos conocíamos desde pequeños, porque ella también es de Ribeira Brava, y se vino tres años después de yo haber llegado a Venezuela”, cuenta notablemente emocionado sobre su gran amor.
El hombre de las piñatas
Después de haber contraído nupcias con María Celeste, fue que su vida dio un gran salto hacia el negocio que hoy lo mantiene como un hombre exitoso. “Estuve trabajando con mi suegro y después me fui por mi cuenta a trabajar con mi papá otra vez. Él vendía licores y yo piñatas, hasta que después compré La Casa de las Piñatas. Poco a poco pude reunir y comprarle el terreno donde está hoy en día mi negocio, y que ahora se llama La Nueva Casa de las Piñatas”, relata Abreu en medio de la algarabía de las personas que hoy visitan el lugar en busca de la decoración para las fiestas de sus niños, pues no en vano este es uno de los negocios de este ramo más famosos de la región.
“Es verdad, es raro encontrar a un portugués vendiendo piñatas, pero yo nunca aprendí a trabajar en panaderías, restaurantes o abastos. Yo lo que sé es de piñatas. Le compró a personas que trabajan desde su casa haciendo piñatas y centros de mesas o chupeteras, y los vendemos aquí”, dice antes de confesarse, “nunca he hecho una piñata, aunque sí sé cómo se hacen, solo que no tengo tiempo de hacerlas”.
Después de 30 años en el negocio, y tres hijos que ahora lo acompañan en el lugar, Abreu asegura que nunca se ha dedicado a contar cuántas piñatas ha vendido durante su trayectoria, que espera sus hijos preserven. “La verdad es que mis tres hijos son graduados de la universidad, y los tres se quisieron venir conmigo. No quisieron ejercer sus profesiones”, comenta.
Sagrada devoción
Otra de las actividades en las que se desempeña dos Arlindo, es una de las más preciadas por los portugueses que viven fuera de su tierra. Desde hace casi 35 años es uno de los fiesteros de Nuestra Señora de Fátima en la región. “Antes había como un relevo en los fiesteros, pero cuando llegamos nosotros (los de su grupo) como que empezamos a quedarnos, y mientras yo pueda ir, voy a continuar todos los años”, dice orgulloso.
A pesar de que las cosas han cambiado, y que añora aquellas fiestas donde las instalaciones del Centro Portugués de Punto Fijo se desbordaban con la cantidad de visitas que recibía la Virgen, asegura que el orgullo que siente por ser uno de los servidores de Nuestra Señora de Fátima no tiene punto de comparación. “El año pasado para mi sorpresa me entregaron una placa por los años que tengo colaborando con la fiesta. Y hay que decir que aquí han fallecido muchos portugueses, y hoy en día quedan muchos de la nueva generación que deberían incorporarse a esta actividad”, advierte.
Muchos portugueses tienen como meta regresar a Portugal a vivir sus últimos años de vida, pero Arlindo Abreu se considera otro hijo más de Venezuela. “Aquí nos acostumbramos, y a pesar de todo lo malo que hay aquí, que es la inseguridad, este no es un país malo para vivir, echamos nuestras raíces y eso hace que sea más difícil irse a otro lugar. Lo que si tengo claro es que uno puede vivir en China, pero siempre está pendiente del lugar donde nació”, concluye.