Ommyra Moreno Suárez
Los bebes no pueden saborear la sal. Pese a que nacen con un sentido del gusto bastante desarrollado, no son capaces de distinguir el sabor salado hasta que tienen aproximadamente cuatro meses. El resto de los sabores, por lo visto, los diferencian igual de bien que los adultos, especialmente el dulce y el amargo. Curiosamente, algunos estudios indican que los bebés cuentan con más papilas gustativas que los adultos.
No son capaces de producir lágrimas. La razón es que los conductos lacrimales no son completamente funcionales hasta que el bebé tiene entre 3 y 12 meses. Afortunadamente, sus ojos se irrigan de forma natural gracias a las lágrimas basales, que son las que se producen (al margen de las emociones) de forma constante para mantenerlos húmedos.
Tienen más huesos que los adultos. En efecto, un bebé tiene muchos más huesos que un adulto: aproximadamente 300 contra nuestros 206. El ejemplo más claro lo tenemos en el cráneo, que comienza siendo una amalgama de huesos separados (lo cual facilita el parto) que con el paso de aproximadamente dos años, terminan por unirse formando una única estructura ósea.
Recuerdan los sabores. Los recién nacidos no pueden degustar la sal, pero si otros sabores. Se enfrentan a algunos de ellos ya en el útero materno, a partir del quinto mes de gestación. Se cree que el sabor del fluido amniótico se ve afectado por los alimentos ingeridos por la madre, lo cual a su vez afecta a las preferencias por los sabores que el bebé mostrará tras el nacimiento. De modo que si a día de hoy a ti te encanta el ajo, esto puede deberse a que a tu madre lo comía mucho cuando estaba embarazada.
Nacen cubiertos de pelo. Algunos bebés nacen con apenas unos finos mechones coronando su cabeza, pero no estamos hablando de esto. A medida que se desarrollan en el útero, todo el cuerpo del bebé se cubre de una fina capa de vello llamado lanugo. Los expertos en desarrollo fetal creen que este pelo ayuda a los bebés a regular su temperatura corporal mientras se encuentran en el útero. Ese vello se irá cayendo a lo largo de las primeras semanas de vida tras el parto.
Los bebés recién nacidos responden bien al tacto, ya que estimula la producción de hormonas promotoras del crecimiento y ayuda a que el cuerpo reaccione mejor a ellas. En un estudio se demostró que si a los bebés prematuros se los estimulaba mediante el tacto aumentaban un 47% más de peso.