Hablar del “Tercer mundo” es indudablemente referirnos a la incapacidad que han tenido algunos países de lograr el desarrollo básicamente económico. Hay quien encubre el asunto llamándolos “en vías desarrollo”. Nada más lejos de la verdad. La brecha entre los países desarrollados más bien se agiganta. No hay manera de no toparnos y no ver “el tercer mundo” por donde metamos el ojo, aquí donde vivimos. Si no es una cola para adquirir alimentos, medicinas, repuestos, es un funcionario del gobierno pidiendo paso en las autopistas con sirenas y todo. O es la escasez de cualquier artículo de primera necesidad o no. O es una cantidad excesiva ya normal, de cadáveres en las morgues del país, producto de la violencia y la criminalidad desatada. Quizás las cárceles sean el mejor ejemplo. La vida no vale nada. En fin, es un irrespeto total a los derechos ciudadanos. Quienes leen lo que escribo semanalmente, seguramente dirán que tengo una “fijación” con el tema. Es cierto, sí la tengo. Porque no puedo dejar de ver la mediocridad en casi cada lugar donde voy. Quizás cuando este gobierno se refiere a la “cuarta república”, quiere decir “Tercer mundo”, Y cuando se refieren a la “Quinta república”, seguramente se trata del “Cuarto mundo” a donde nos estamos acercando ya peligrosamente. Algo así por el estilo. No quiero pensar en qué nos diferenciamos de la barbarie que azotó a otros países antes de entrar al colapso total. Las miserias humanas se enervan en estos regímenes y nos producen sensaciones encontradas. Me he visto reaccionado con desprecio ante algunos uniformados cuando, en la calle, me alumbran la cara con una linterna mientras me ordenan bajar la ventanilla del automóvil que conduzco. He sentido rabia porque ellos saben dónde están los delincuentes y no son capaces de ir en su búsqueda. Pero justifican el sueldo haciendo esto que narro. No me gusta en lo que me estoy convirtiendo: en un intolerante.