João Gonçalves Vieira
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Una de las primeras obras literarias de Homero en la antigüedad es la Odisea. En esta encontramos a Telémaco hijo de Odiseo y Penélope. Este creció mirando el horizonte añorando constantemente la presencia y regreso de su padre. Telémaco permanece a la espera, no de un hombre el cual no recuerda bien, ya que partió de Ítaca cuando él apenas era un recién nacido, él espera más bien a un padre admirado y reconocido. Tiene la convicción de que su padre es un héroe bondadoso que le ayudará a resolver los conflictos de su tierra natal.
Nuestra sociedad posee una tendencia ególatra la cual ha afectado el deber ser de la familia. Muchas veces los matrimonios, amparados bajo la bandera de la necesidad de ganar dinero para mantener un hogar, establecen como “necesarias” cosas que sustancialmente no son necesarias, lo que al final sólo satisface su tranquilidad de tener y a la sociedad de consumo.
Este autoengaño desplaza drásticamente el tiempo de compartir con los hijos y la esposa. Algunos padres delegan la responsabilidad en la madre. Pero al igual que Penélope en la Odisea, algunas madres, también ocupadas en su trabajo, en el café, en sus conflictos particulares transfieren la responsabilidad a los abuelos, las instituciones públicas, escuela, universidad y a los restaurantes de comida rápida.
Todo el mundo está ocupado, como resultado de esto, vemos cómo los niños desde muy jóvenes ya salen de paseo solos con sus amigos durante la semana. Lejos de buscar alternativas de un proyecto de vida familiar, algunos padres por tener una deuda afectiva con sus hijos se desentienden de la tarea dándoles dinero sin enseñarles unos criterios claros de saber gastar y valorar el dinero que se ha ganado con mucho esfuerzo. Su tiempo y dinero lo administran a su conveniencia: en comer, en la universidad, en la obsesión del celular, en compartir en las redes sociales, en videojuegos o, a la final, en otra peor dependencia.
Como resultado de lo anterior evidenciamos a los nuevos Telémacos. Estos representan a los hijos huérfanos de padres vivos de nuestro tiempo. Estos hijos de la postmodernidad, sumergidos dentro de las últimas sugerencias del celular y de los influencers digitales, en el fondo tienen una necesidad de ser reconocidos por su familia para que le dediquen tiempo.
El estar aquí y ahora es uno de los gritos en silencio de estos Telémacos modernos, que en el fondo de su inconsciente tienen un duelo, al verse ignorados y desplazados por la necesidad obsesiva de sus padres de ganar dinero y de atender primero el celular antes que la necesidad afectiva de sus hijos.
Será esta distancia emocional y las palabras de apoyo nunca recibidas lo que determinará su personalidad y generará una sensación de vacío. A pesar de que posean lo económicamente necesario tendrán esa sensación constante de que “algo falta”. Esta carencia podría dar como resultado adolescentes utilitaristas que anteponen la utilidad y conveniencia de las personas, para lograr llenar el vacío afectivo que los llevará, a largo plazo, al fracaso emocional.
Un huérfano de padres vivos es aquel cuyos padres están ausentes, es alguien que tiene una separación tanto física como emocional. Estos jóvenes abandonados los podemos encontrar compartiendo siempre su vida en el celular, con los “amigos” en los parques, las plazas, la escuela, las playas y en las fiestas nocturnas. Pero, también, los huérfanos de padres vivos pueden ser los que son abandonados en su niñez por sus progenitores porque no pueden cubrir sus necesidades básicas.
Estos nuevos Telémacos tienen unas posibles consecuencias emocionales que son las siguientes:
Cuando los huérfanos de padres vivos llegan a adultos no saben cómo abordar situaciones difíciles en la vida, dado a que están aferrados al miedo y al terror de la soledad y el abandono. Buscan desesperadamente el “pertenecer” a círculos sociales y hacen más allá de lo necesario para agradar a los demás con el fin de ser aceptados y tomados en cuenta.
A pesar de ser muy alegres y extrovertidos exteriormente hay dentro de sí un complejo de inferioridad y culpa. La autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser. Cuando no nos valoramos en la vida adulta, podemos sufrir mucho.
Al no tener modelos familiares a seguir, podrían ser incapaces de ser buenos esposos y padres. Algunos varones que sufren la ausencia de su madre podrían convertirse en adultos misóginos. Y el niño que crece sin la figura de su padre podría presentar riesgos de salud mental, tener dificultades para controlar sus impulsos e incluso tener problemas con el establecimiento de normas y con la ley.
Se apunta además que estos niños tienden a repetir su modelo de crianza, adquirido en su inconsciente, es decir, cuando llegan a ser padres, vuelve a iniciar este círculo vicioso de formar familias inestables y disfuncionales.
A veces los padres evitan ver esta realidad anterior. Es un simple mecanismo de defensa. Como padres no debemos quedarnos en el conformismo y en la rutina. Es inútil hablar de lo mal que está mi familia si no estoy dispuesto a actuar. Las dificultades familiares las puedo tolerar, pero nunca debo acostumbrarme.
Es tener presente el aforismo de Sócrates: “Conócete a ti mismo”. Todo padre debe buscar que su hijo tenga un conocimiento de sus cualidades y sombras para orientar con éxito su propia vida. Es tener proyectos de vida más allá de lo económico y material. Es tan importante la cantidad como la calidad del tiempo. Todo es sustituible, el dinero va y viene. El dinero garantiza mi supervivencia, pero si lo anterior está acompañado con realmente Ser Humano esto garantiza mi felicidad. Lo único que nadie puede suplir y comprar es el tiempo y nuestra presencia en la vida de nuestros hijos.
Por último, también al final de la vida, hay un periodo en que los padres vamos quedando solos. Pasamos a ser huérfanos de los hijos y de los nietos. Ya no los buscaremos más en las puertas de la escuela, de las discotecas y del cine. Pasó el tiempo de la playa, el fútbol, el campo, la natación y las navidades en familia. Salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Ahora quedamos los padres exiliados de los hijos. Tenemos la soledad y tranquilidad que siempre deseamos con la pareja que nos ama y está a nuestro lado.
Al final solamente miramos de lejos como Odiseo, viendo cómo ellos conquistan el mundo y son felices. Grandes palabras canta la fadista Marisa en la canción O tempo não pára: “Não sei, se andei depressa demais. Mas sei, que algum sorriso eu perdi. Vou pedir ao tempo. Que me dê mais tempo, para olhar para ti. De agora em diante, não serei distante, eu vou estar aqui…” O en pocas palabras, como reza la expresión portuguesa popular: “filhos criados, trabalho dobrado”. Yo diría más bien: “filhos bem criados, trabalho recompensado”.