En la región noroccidental de Venezuela se encuentran muchos portugueses dispersos, cuyas características han ido variando tanto que con facilidad son confundidos con cualquier venezolano. Atento, dispuesto, conversador y siempre con un chiste en la punta de la lengua, se le ve a José María Tavares de Matos andar de allá para acá en Punto Fijo, estado Falcón.
Nacido en Murtosa, distrito de Aveiro, el 3 de abril de 1956, en una familia de nueve hijos, Tavares emprendió hacia Venezuela un viaje que resultó convertirse en la aventura de su vida. Hoy en día, constructor de profesión, divide sus días entre su familia, el trabajo en la agricultura y la presidencia del Centro Portugués de Punto Fijo. “Cuando no sale nada en la construcción, con unos socios cultivo tomates, pimentón, melón y cebollas, y ahí vamos caminando. Si hay que viajar también le echamos pierna, porque la situación ahorita no está fácil”, declara directamente.
Escapar de la guerra
Hijo de un ex militar del ejército portugués, don José llegó al Aeropuerto de Maiquetía el 11 de enero de 1968, en un avión de la extinta aerolínea Viasa. “Nunca me monté en barco, no más en lancha aquí para salir a ver las playas por aquí mismo”, apunta entre risas al ser interrogado sobre su travesía hasta Venezuela, dejando atrás a algunas de sus hermanas y a su madre.

En Paraguaná lo esperaba su padre, quien por sobre todas las cosas quería evitar que sus hijos fueran a la guerra. “Tenía 13 años y como mi papá había ido al servicio militar, no quería que ninguno de sus hijos fuera a la guerra. Entonces mi papá y mi hermana, que ya estaban aquí, nos mandan una carta de pedido para unir a la familia. Mi hermano mayor tenía que salir escondido porque ya tenía 16 años, nos montamos en el avión con el susto de que no se dieran cuenta de que él se estaba escapando y nos fueran a devolver”, relata sobre aquel viaje.
Dándole gracias a Dios por haber llegado con bien a la tierra prometida, se hospedaron durante unos días en casa de un tío en Caracas, lugar donde tuvieron sus primeros contactos con Venezuela. “Llegamos a Caracas a casa de un tío que aún tiene la Lavandería Lavo Blanco en El Cementerio, pero nuestro destino era Punto Fijo, así que estuvimos unos días allá y nos vinimos para acá”, dice Tavares.
Pero el verdadero reto estaba por llegar, al encontrarse con su padre en el estado Falcón, zona caracterizada por las altas temperaturas. “Los primeros días no podía dormir porque el calor me llevaba loco. Llegamos en enero que en Portugal hace tanto frío, y aquí con tanto calor, lo que pensaba es que estaba en el infierno. No sabía hablar nada de español, y una señora madeirense le pidió a mi papá que me pusiera a trabajar con ella en su abasto para que aprendiera rápido el idioma y así fue que aprendí”, relata a la vez que confiesa que una de las palabras que más le costó entender fue “persona”, “no entendía cuando decían ahí viene una persona, yo me preguntaba qué era eso”.
Al año de haber llegado, su madre y sus otras dos hermanas se unen a la familia.
Caminar hacia el futuro
Después de haberse retirado del abasto, donde aprendió el idioma a costas de haber sido motivo de burlas de los demás jóvenes de la zona, que intentaban buscarle la lengua para que aprendiera bien el español, empezó a trabajar en la panadería de su padre y su cuñado. “Antes las panaderías no eran tanto de mostrador como ahora, y yo hacía el reparto en las zonas rurales de la Panadería San Juan”, cuenta.
Fue a mediados de los años 70 que el amor lo sorprendió, y aún hoy sigue unido a María Goretti Carvalho, la mujer que con su belleza y altura le robó el corazón. “Todo empezó en una fiesta de Fátima en Caja de Agua. Ella hacía flores de papel para decorar a la Virgen, y como yo tenía la panadería me llamaban para llevarles la merienda a las muchachas. Entré un día y vi a esa muchacha altota y me impresionó. Empezamos hablando y por carticas, porque el papá no me dejaba llegar hasta ella, y era puro papelito para allá y para acá, hasta que su papá me aceptó formalmente en su casa y nos casamos en el año 78”, revela con picardía.
Después de 30 años de feliz unión, José y María llevan adelante a su familia, de tres hijas y un niño que murió, además de sus tres nietos, que se han convertido en el centro de su vida. “Es una hembra y dos varones, y soy papá abuelo porque todos me dicen papá”, dice orgulloso.
No lo piensa mucho cuando se le pregunta si regresaría a Portugal, y en seguida confiesa que ese es uno de sus mayores deseos. “Las ganas de regresar son demasiadas. Ese es el lugar donde nací, donde crecí, pero mis hijas no quieren sino ir de paseo y ¿cómo las puedo dejar aquí? Aunque yo creo que un día voy a decir me voy y punto, y ellas van a terminar pegándose detrás de mi. Sé que allá las cosas tampoco están fáciles, que el clima es diferente, pero al final uno termina acostumbrándose, porque de verdad me gustaría regresar”, concluye Tavares.