Cuando éramos adolescentes, mi hermana tenía una amiga, Teresa, a quien veía todos los días. De repente, ella y su familia desaparecieron sin dejar rastro.
Meses después, Teresa la llamó para contarle que la casa y los carros habían sido embargados. Se habían mudado al otro extremo de la ciudad.
Sus padres tenían un negocio próspero que les permitía vivir cómodamente, viajar al exterior en vacaciones y tener carros del año. Sin embargo, se endeudaron en exceso y lo perdieron todo. Nunca pudieron recuperarse y los hijos tuvieron que empezar a trabajar a muy temprana edad.
¿Qué hubiera pasado con esta familia si los padres hubieran tenido educación financiera? Muy probablemente, la historia hubiera sido otra.
Para empezar, los señores habrían considerado, dentro de la forma de gastar su dinero, el ahorro, la protección y la inversión.
El ahorro permite cubrir emergencias y los gastos cuando no hay ingresos
La protección, mediante seguros, es la garantía de cubrir los gastos mayores de salud así como el daño de activos como vehículos, casa, empresa y la salud financiera familiar si llegara a faltar el jefe del hogar.
La inversión es la vía para crear patrimonio y puede ser, entre otros, un plan para el estudio de los hijos o para el momento del retiro, acciones en el mercado bursátil, un negocio nuevo o adquisiciones de inmuebles.
Lo ideal sería adquirir educación financiera de la mano de nuestros padres, sin embargo, cuando esto no ha ocurrido, en el camino de la vida hay muchas oportunidades para aprender. De la mano de un amigo, la pareja, el jefe o un mentor.
Afortunadamente, en estos tiempos se ha adquirido conciencia de su importancia y hay información en Internet, cursos y muchos libros que enseñan sobre el tema como el muy conocido Padre Rico, Padre Pobre de Robert Kiyosaki y muchos otros autores reconocidos.