Nunca he querido ser portador de malas noticias. Pero es que no pueden ocultarse. En cualquier organización en cualquier parte del mundo, salvo Venezuela, ya la gerencia del país habría sido cambiada, de haber separación de poderes. El pesar es colectivo. Los pocos que aun apoyan a esta banda no se atreven a abrir la boca en las enormes colas a las que he tenido necesidad de acudir a comprar lo poco que puede conseguirse. Es tan difícil lo que nos ocurre que jamás lo hubiese imaginado. El desastre es total por donde metamos el ojo. Es prácticamente una guerra no declarada la que tiene el régimen contra el pueblo venezolano. Quizás el resentimiento es lo que los impulsa a seguir hasta “verle el hueso” al país. Las mentiras no pueden ser más grandes. Me he quedado pasmado al escucharlas decir con tanta tranquilidad que solo me consuela pensar en que el tiempo de decirlas se le agota cada día que pasa. Es una mezcla de cinismo, mentira, resentimiento y odio que no debe repetirse más nunca en la historia. Pienso algunas veces que nos han tomado por tontos. He insistido en que la mejor escuela es la historia. No podrán burlarla. Quienes estamos convencidos de esto quisiéramos que los atajos funcionaran, pero es necesario aprender la lección. Y esta se aprende poco a poco viviendo cada detalle del sufrimiento. Y de este no podemos escapar. Y aquí estamos todos, salvo los de la cúpula militar y gubernamental. Es duro saber que debemos esperar. Es duro ver cómo se termina de desangrar la patria sin que los cuidadanos de a pie podamos hacer nada por evitarlo. La paciencia es una virtud de muy pocos pero aun así tiene límites y vemos a diario que se agota en todo el territorio nacional. Triste adelantarse a imaginar cómo terminará esta pesadilla. Lamentablemente nada bien. La imaginación es libre. Y no hay manera de encerrarla en un calabozo. Veremos cómo sigue en estos días agónicos del régimen.
