Si emigrar es difícil, mudarse de país en edad escolar supone un desafío mayor. En el caso de los niños lusovenezolanos, que navegan entre dos mundos culturales, hay una barrera de por medio que torna aún más complejo el proceso de adaptación y aprendizaje: el portugués.
Para muchos estudiantes la adversidad es apenas el camino, un aliciente, que anuncia dónde están y a dónde pueden llegar. Gabriela es ejemplo de ello. La mudanza de país en la que le devino la vida en septiembre de 2022 fue, quizás, el punto de no retorno que la llevaría a replantearse, irremediablemente, el modo de ser estudiante, la manera más importante de estar cuando se transita la niñez.
Con sólo 10 años, probó, sin saberlo exactamente así, el vértigo del secuestro. Su mamá, Hevelyn Paiva, estuvo en cautiverio en tres ocasiones. En un período muy breve reeditó el horroroso azar de suspender su propia vida, frágil y escurridiza, para transar, por fuerza de la violencia, con raptores que amenazaban con dejarla en el sitio, sin familia ni futuro.
Desde entonces, las reformas llegaron para Gabriela y su núcleo. Se abalanzaron como un vendaval, uno que le arrebató su mayor certeza: sus amigos en el Instituto Madre Isabel en Carrizal; sus profesores, su cuarto y la seguridad que le brindaba estar en casa con su hermana, que se quedó en Venezuela para culminar la universidad. Sus días transcurrían entre rutinas desdibujadas.
Sin ser de origen luso, la ida a Madeira se convirtió para Gabriela y sus padres en una tabla de salvación. Llegarían a casa de una tía, pero llegarían también a un lugar de transformación. No pasó mucho tiempo entre la decisión de marcharse y el viaje que la llevaría a una nueva escuela en Funchal, cuyas carteleras le eran, para ese entonces, indescifrables. Es un hecho que, para algunos escolares, la ardua tarea de integrarse en un aula de clases, donde se habla una lengua distinta a la materna, se ralentiza por la ausencia o, más bien, insuficiencia de mecanismos de mediación intercultural.
Es el caso de muchos. Pero no el de Gabriela. Quienes se incorporan en los colegios recurren, en sus primeros días, a compañeros que llegaron de Venezuela para entender a sus profesores y nivelarse académicamente. En Madeira, donde las escuelas sufren una sequía de alumnos, como consecuencia de la baja tasa de natalidad que se remonta a los años 70, los venezolanos han oxigenado los planteles.
El arribo de familias lusovenezolanas no solo se nota en los restaurantes de mesas repletas, también deja rastros en las instituciones de educación inicial y primaria. En algunos salones representan hasta 50% de la matrícula. Y hay casos inverosímiles en los que han evitado el cierre de aulas.
A lo largo de la isla se reproducen historias como la de Diego, quien llegó de Altos Mirandinos y en dos ocasiones ha recibido el premio a la excelencia académica por sus calificaciones. Primero en quinto grado y después en séptimo. Llegó en 2019 a Madeira y pese a sus dificultades para adaptarse, y al acoso escolar, logró posicionarse en los primeros puestos de la escuela Bartolomeu Perestrelo, donde además se destaca en actividades deportivas y artísticas. Este año cursará el octavo grado y espera hacerlo con el empeño de siempre. “Obtuve las máximas calificaciones en todas mis materias, a excepción de dos asignaturas: Inglés y Educación Tecnológica. Es un reto adaptarse, pero no es imposible”.
A propósito de ello, el secretario regional de Educación de Madeira, Jorge Carvalho, ha dicho que se han integrado más de 1.700 alumnos lusovenezolanos en el sistema de educación regional, en los últimos años. Desde el Gobierno explican que la llegada de los venezolanos no ha ameritado el aumento de profesores en los planteles. Se estima que en 2027 menos de 2.000 alumnos, nacidos en Madeira, cursarán secundaria. Actualmente, la región suma una matrícula de 45.000 niños y adolescentes, 17.000 menos que hace 28 años.
Dificultades
Aunque hay colegiales de Venezuela a lo largo de Madeira, Calheta, Ribeira Brava y Funchal destacan como las localidades de mayor acogida. En Portugal los niños llegan a un sistema educativo que les provee desayunos, meriendas y almuerzos que responden a las necesidades nutricionales. Las aulas amplias, dotadas de un mobiliario en perfectas condiciones, y las áreas deportivas, completan el cuadro para la formación de los más pequeños. Un niño de escasos recursos recibe por lo menos 80 euros mensuales para sus gastos, un monto que alcanza para su traslado en autobús y la compra de utensilios escolares. Pero la comunidad, que elogia la educación local, también esgrime sus propios reclamos.
Al margen de los textos de estudios subsidiados por el Gobierno, que acortan la ruta de aprendizaje, algunos representantes advierten que las escuelas del archipiélago no disponen de programas concretos para la inserción escolar. Y, en lugar de ello, apenas se dan esfuerzos aislados de profesores que se aproximan a valores que refuerzan la convivencia en un contexto de diversidad cultural.
Haidee Rodrigues, cuyos hijos estudian educación primaria en Ribeira Brava, coincide en que no basta con los profesionales de “Português Língua Não Materna”, la única asignatura que abre las puertas a la inserción a quienes llegan de otras realidades culturales y que sólo pone el foco en la gramática de la lengua de Camões y no en dimensión socioafectiva. “No basta con enseñar gramática, hay que profundizar en asuntos de identidad”, denuncia.
Urge capacitar actores que permitan construir espacios para el reconocimiento en las escuelas, donde convergen los hijos de emigrantes que arriban de Venezuela, Rusia, Ucrania, Suráfrica, Angola, Mozambique, China y otras naciones. La idea, explican representantes, es trabajar en torno a la identidad para reducir las tensiones que se presentan en las aulas.
Sobre estas dificultades, un estudio de 2020, llevado a cabo por el Instituto Politécnico de Leiria en la comunidad madeirense de Santa Cruz, concluye que la mayoría de los alumnos lusovenezolanos esgrime como principal dificultad la adaptación a la lengua portuguesa. La investigación advierte además sobre las dificultades de convivencia que tienen algunos jóvenes con su entorno. “Hay comportamientos inadecuados de compañeros de aulas y de alumnos contra otros”, concluye el texto.
Aunque la confrontación no ha sido un problema para Gabriela, quien cursa sexto grado en el Bartolomeu Perestrelo, sabe que la hostilidad también asiste a clases. En cierta medida, su desempeño estriba en su capacidad de reconocer en los otros niños un universo personal. “Es una niña muy sensible y madura”, dice su madre. Hevelyn asegura que la clave de su desempeño está en la constancia, pues su pequeña acude todos los días a la biblioteca del Perestrelo para revisar los textos escolares, practicar matemática y otras asignaturas. Leer en voz alta, socializar con los compañeros y profesores son parte de la clave para dominar el portugués. Este año, a diferencia del pasado, cuando cursaba quinto grado, Gabriela dispone de mayores herramientas. Ya no precisará de acompañamiento en materias como Matemática. “Es excelente estudiante. Pero no voy a negar que he tenido un rol activo en la educación de mi hija. Suelo prepararla con anticipación para los temas que verá y eso le garantiza un cinco, la calificación máxima en el sistema portugués”, concluye Hevelyn.
Por Julio Materano