Hace poco se conmemoró el fallecimiento del escritor portugués José Saramago (n. 16 de noviembre de 1922 – f. 18 de junio de 2010) y fue un día perfecto para releer los apuntes tomados cuando leí sus libros y pensar en algunas de sus frases más famosas, esas que puedes encontrar en mil análisis sobre su obra o en un millón de páginas de Internet, pero que parecen únicas y nuevas cuando las vuelves a ver: «Solo si nos detenemos a pensar en las pequeñas cosas llegaremos a comprender las grandes», «Ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe», «Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran», «Me gustaría escribir un libro feliz; yo tengo todos los elementos para ser un hombre feliz; pero sencillamente no puedo. Sin embargo hay una cosa que sí me hace feliz, y es decir lo que pienso»…
Saramago fue el primer autor luso ganador del Nobel de Literatura (1998). Publicó su primera novela en 1947, con el título de Tierra de pecado, pero pasaron casi 20 años entre ese libro y los otros que integraron su extensa obra: Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, Ensayo sobre la lucidez, La caverna, El hombre duplicado, Las intermitencias de la muerte, Las pequeñas memorias, Caín, por nombrar algunos.
No es necesario concordar con las ideas de Saramago para leer sus obras. De hecho, hay muchos juicios y conceptos que no comparto, pero me interesa conocer su punto de vista. No se trata de cambiar mis convicciones sino de saber que hay otras posturas e incluso, al final, darme cuenta que estoy más firme en mis creencias. Parece que esa fue la idea de Saramago: mover, estremecer y lograr que cada lector se haga preguntas.