Voto “venezolano” sumó en las elecciones legislativas de Madeira

Los nuevos votantes, como Henry Montilla, quien obtuvo su nacionalidad hace poco, o como Rosangela Terán, que cumplió 18, ejercieron su derecho con emoción en Funchal. Aseguran que es una oportunidad de contribuir con la democracia de la isla que los recibió

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Julio Materano

Rosangela Terán tiene 18 años. Es la primera vez que ejerce su derecho al voto y es también la primera ocasión en la que se siente verdaderamente adulta. Su historia es la de una joven que llegó de Venezuela, un país de efervescencia política, donde se imaginó sufragaría por primera vez. Pero nada de lo que tenía escrito en su mente aconteció de esa manera. Rosangela no sólo debutó fuera de casa. Lo hizo sin su mamá, quien actualmente reside en la isla de Porto Santo y solía acompañar cada vez que acudía a las urnas en Guarenas, su antiguo lugar de residencia, para manifestarse por el país.

Su ejercicio del voto no es un capricho. Es, piensa, un derecho con el que concreta su etapa de adulta, de ciudadana. “Si todos tenemos el derecho y el deber de votar, por qué dejar que otros decidan por ti”, espeta. Su lectura política cobra cierta relevancia en una región donde las calles lucían afantasmadas durante el proceso electoral que se llevó a cabo este domingo para elegir el nuevo Parlamento Regional. Como casi cualquier joven de su edad, se tomó el tiempo para participar. Lo hizo en horas de la tarde, en el Bartolomeu Perestrelo y sopesando el aporte de la comunidad.

Relata que legó a Madeira cuando tenía 11 años y cree que es momento de dar a la isla lo que por derecho le ha brindado. Es difícil no imaginarla con el pulso nervioso frente a la mesa de votación, ejerciendo un principio de democracia que a Diogo Henriques, un joven de 23 años, oriundo de Cámara de Lobos, se le antoja manido. “Prefiero quedarme en casa o salir con mis amigos antes de participar en una contienda cuyo resultado ya se sabe. Eso no es para mí”, criticaba mientras almorzaba en un restaurante de Funchal la tarde del domingo.

Rosangela repasa su vida en Madeira. Recuerda que llegó con su mamá para cursar sexto grado; luego completó el bachillerato y ahora, que ha alcanzado la primera de sus metas académicas, se irá a estudiar a la ciudad de Viseu, donde se matriculó en Psicología. Su pasaje tiene fecha de salida, el 30 de septiembre, para ser exacto. Pero no de retorno. Ni siquiera a Madeira, mucho menos a Venezuela donde permanece su padre con el que habla frecuentemente.

“Comenzaré clases este 10 de octubre”, dice. Ahora tendrá que afrontar sus días sin la presencia de su madre y de su abuela con quienes comparte morada. Para Rosangela, algunas cosas marcharon muy distinto durante la jornada electoral: no hubo tinta indeleble color violeta, el signo que caracteriza las elecciones en Venezuela y que además atribuye un olor particular a la contienda política. Tampoco hubo filas para participar ni la acostumbrada algarabía en las calles. Fue más bien un ambiente de domingo en el que todas las personas en edad de trabajar recobraban energías, en casa, para empezar la semana.

En el Fórum Madeira, el principal centro comercial de Funchal, la jornada comercial se desarrolló con normalidad. Las cadenas de comida rápida lucían más concurridas que los centros electorales. A pocos metros de allí, la Escuela Básica de Ajuda, donde vota Miguel Albuquerque, presidente de la Región Autónoma de Madeira, permanecía despejada. Quienes confluían en las entradas de los salones parecían tener muy claro el proceso, que consistía en marcar con un bolígrafo su preferencia política en una boleta que contenía los logos de los partidos impresos en blanco y negro.

A las 12:00 del mediodía, según cifras oficiales, sólo 20% del electorado había acudido a las urnas para elegir el Parlamento Regional y, por ende, al presidente de la Región. La mayor parte de la participación se registró en horas de la tarde. En 2019, el año en el que se hizo la última elección regional, la abstención se ubicó en 45%. En esta ocasión el desánimo fue mayor. Este año más de 253 mil ciudadanos estaban convocados a los recintos de votación. Cifras extraoficiales ubican en más 12 mil el número de electores lusovenezolanos, pero se trata apenas de un dato conservador que le toma el pulso a la comunidad. A decir verdad, no existe una forma eficaz de discriminar al electorado según el país de procedencia.

Sin expectativas

Marcelino Monteiro, un venezolano que ha participado en las últimas cuatro elecciones de la isla, sostiene que un evento como el celebrado este domingo no tiene por qué sumar tensión a la sociedad. “Es una muestra de ciudadanía y, a diferencia de Venezuela, en Madeira no creemos que sea algo que signe la realidad. Aunque yo sí lo considero muy importante”, comentó. Quienes llegan de Venezuela coinciden en la trascendencia política que hay detrás de cada elección. Una visión que contrasta con los nativos, que, algunas veces, ignoran lo que ocurre en ese ámbito.

Los venezolanos acudieron a los centros electorales en familia y sufragaron teniendo muy presente la situación del país que dejaron hace poco. A decir verdad, los venezolanos tienen cultura de voto y sienten la necesidad de expresar su opinión. Incluso se cree que pueden ayudar a los madeirenses a tomar conciencia del valor del sufragio.

Henry Montilla es venezolano. Se hizo portugués recientemente, a través de la modalidad de reagrupamiento familiar. Y también ejerció su voto por primera vez. Lo hizo en el Bartolomeu Perestrelo, en compañía de su esposa, el menor de sus hijos y suegros. Y, a diferencia de Rosangela, sí trae la pericia en aquello de sufragar en un ambiente hostil. Describe un sentimiento de orgullo cuando se le pregunta por la experiencia. Henry llegó en octubre de 2019 al archipiélago. Vivía en Altos Mirandinos y por años se negó a la idea de vivir en la tierra donde nacieron los padres de su esposa. En Madeira consiguió un trabajo, se hizo un oficio como empaquetador, montacarguista y control de calidad en una distribuidora de frutas y también ha capitalizado una estabilidad económica para su familia. Todo ello se traduce en mayor calidad de vida para sus hijos. Y no ve en otro mecanismo distinto al voto la vía para retribuir a la isla lo que ha obtenido.

“Aunque no son muchas las opciones políticas”, sostiene. Al igual que otros venezolanos, asegura que existe una tendencia muy marcada, configurada por el agradecimiento y aquella esperanza que se sembró en el pasado. Por ahora, ni Rosangela ni Henry tendrán el meñique impregnado de tinta y podrán presumir de su participación sin que nadie les exija una prueba. Además de tener domicilio en la isla, aseguran que sólo fue necesario su compromiso con el futuro para participar en la contienda.

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